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El infierno de los "catadores" de basura en la Ciudad Maravillosa
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Río de Janeiro, 10 dic (EFE).- La jornada diaria en el vertedero de Gramacho, en Río de Janeiro, es un auténtico infierno para los cerca de 5.000 "catadores" de basura que se buscan la vida entre toneladas de residuos pese al acoso de buitres y su propia hambre.
Los "catadores de lixo" (recolectores de basura) son la base de una pirámide laboral amenazada por las técnicas de reciclaje que han comenzado a incorporar las grandes industrias.
"Allí se plantea cada día una cuestión de supervivencia. Esas personas no tienen otra opción de vida", dijo a EFE José Henrique Penido, asesor de la dirección de la Compañía de Limpieza Urbana de Río de Janeiro (Comlurb), propietaria del vertedero.
La historia de los "catadores" del vertedero o "relleno sanitario" de Río de Janeiro, más conocido como "Lixao do Jardim Gramacho", se remonta a 1975 y nada tiene que ver con las bellezas perfumadas y multicolores que las postales muestran de la "Cidade Maravilhosa".
Jardim Gramacho es un barrio de Duque de Caxias, ciudad de la región metropolitana distante 20 kilómetros de Río de Janeiro.
El "Lixao" ocupa un área de un millón de metros cuadrados en los márgenes de la Bahía de Guanabara, y recibe una media diaria de 10.000 toneladas de residuos de Río de Janeiro, Duque de Caxias, Nilópolis y Sao Joao de Merití.
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Este volumen equivale al 85 por ciento de la basura urbana generada cada día en Río de Janeiro.
Con 88 años, Alcira da Silva desafía desde hace 33 las míseras condiciones del vertedero para ganar su pan. "Gano entre 70 y 80 reales por mes (de 26,4 a 30,2 euros). Trabajo aquí, no porque me guste. A mi edad, es lo único que tengo para vivir", dijo a EFE.
El basurero hierve a cualquier hora del día, pero nadie parece preocupado. La obsesión es encontrar una botella aquí, una lata o un pedazo de hierro allí, o un papel más allá.
Con las primeras luces del día el tránsito de camiones cargados de todo tipo de inmundicias se torna frenético. En cada "podrao" (podrido), como son llamados, puede haber el material reciclable que salvará la jornada, y por ello hay que estar atento al momento de la descarga.
Las peleas son "el pan de cada día". La ley del más fuerte impera y el débil debe buscar en silencio otro lugar para escarbar.
Múltiples focos de gas producidos por la descomposición de materia orgánica hierven a fuego lento en montañas de residuos que, aunque son compactadas por tractores, se desmoronan como castillos de naipes y ponen vidas en peligro. La última tragedia, a mediados de 2004, dejó tres muertos bajo unas 45 toneladas de basura.
Al caer el sol, un segundo turno de "catadores" entra en acción.
Una joven trata de extraer la última gota a un vaso de yogur que encontró casi milagrosamente, mientras, a su lado, un compañero examina una bolsa ante la vista atenta de un par de buitres.
"Este es el trabajo más sacrificado del mundo. El trabajo sucio que nadie quisiera hacer", dijo a EFE el presidente de la Asociación de Catadores de Gramacho, Paulo Roberto Gesteira de Souza.
Las cooperativas forman el tercer escalón de la pirámide de la basura. Están arriba de los galpones o cobertizos, que a su vez superan a los "trabajadores a cielo abierto" o "catadores de lixo".
Es en los galpones donde al final de la jornada terminan los hallazgos de los "catadores". A diferencia de los galpones, las 18 cooperativas registradas en el Ayuntamiento de Río de Janeiro no revenden desechos, los reciclan.
Para las cooperativas el reciclaje parece haber dejado de ser negocio.
"Trabajamos en medio de la basura, pero sin mucha materia para recuperar porque ahora se volvió moda que las grandes fábricas reciclen sus desechos", dijo Gesteira de Souza.
La "moda" se ha sentido en la asociación de Gramacho desde mayo con la deserción de 130 de sus 270 afiliados. "Prefirieron probar suerte en otras cosas desde que cayeron los ingresos", apostilló.
Según la Comlurb, desempleados, ex presidiarios, ex delincuentes, jóvenes o viejos, encuentran en la basura una alternativa para sobrevivir, o mejor, malvivir. EFE
hbr/tg/fr
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